{ TIEMPO. DISTANCIA. }

La vida avanza sin pausa y con mucha prisa. Llega el momento en el que tantas cosas han cambiado en tu vida que deseas que el tiempo se pare mientras vuelves al pasado a disfrutar un poco más de aquellos instantes en los que te sentías infinito.

Un mar nos separa y juro por todos los dioses y santos a los que se rezan que echo tantísimo de menos estar en ese otro lado…

Todo se encuentra ahora tan bien conectado que hay veces que hasta parece que estás al lado de una persona que quizá no has visto en tu vida en persona pero que sabes tantas cosas como si hubieras crecido con él o con ella.  Lo peor viene cuando te pones a pensar que te falta su cariño demostrado físicamente, escuchar sus voces en directo, verles dormir contigo, escucharles reír y consolarles si les ves llorar.

Crees que puedes aguantar ese dolor hasta que te derrumbas. Sin más. No puedes avanzar y te estancas en un bucle de ojalás.

Cuando parece que los planetas se alinean para que puedas conocer a quien te ha estado esperando toda su vida y le abrazas después de tanto tiempo detrás de la cámara no haces más que llorar. Esta vez no lloras porque no sabes cuándo le verás, lloras porque está apretándote ligeramente entre sus brazos y sientes que el corazón se te va a salir del pecho de lo feliz que estás.

Entonces disfrutas de su compañía, de sus besos, de sus buenos días y de sus buenas noches, de sus cuentos fantásticos, de sus mil historias dosificadas en pequeños secretos, de sus sueños futuros y de los pasados en los que te veía, de sus cosquillas, de su sonrisa y su risa, de sus abrazos que dicen “quédate, por favor” y de su felicidad que comparte contigo creando así recuerdos inolvidables. Recuerdos que te llevarás cuando te vayas porque no te quedarás allí para siempre por más que te lo pida el corazón. Sería empezar de nuevo desde cero y no sabrías hacerlo.

Vives y sonríes cada día para disfrutar del poco tiempo que tienes, intentando olvidar que a cada día que pasa significa alejarte más y más.

Conoces su vida, sus lugares favoritos, sus manías tontas y sus quejas sin sentido. Incluso llegas a descubrir pequeñas cosas que te pasaron desapercibidas en un principio y que hasta esa misma persona parece no darse cuenta.

Llegado el fatídico día, a las puertas de ese pasillo para subirte al avión que te llevará a tu casa, derramas una pequeña lágrima, manteniendo la compostura tanto como puedas para no contagiar tus llantos a esa persona. “Mejor así”, piensas, “le dejaré un despedida no tan amarga”. Un último abrazo y decides decirle esas dos palabras que te has estado guardando para los momentos especiales.

Caminas, echas un rápido vistazo a la persona de la que te despides y le regalas una sonrisa, la última que verá en mucho tiempo cara a cara. Te la devuelve. Continuas tu camino. Cuando ya estás acomodado en tu asiento del vehículo que te devolverá a la realidad, te pones música y miras por la ventana, dejando fluir ese río de sentimientos convertidos en lágrimas. Gimoteas silenciosamente y deseas empezar de nuevo el viaje pero ya no hay marcha atrás, tu tiempo ha terminado. 

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